Sydney Poitier, hija del ícono cultural Sir Sidney Poitier -el actor que con un histórico Óscar ayudó a combatir la discriminación racial en Hollywood- se luce como la blaxploit pin up Jungle Julia.
Si el cine es la verdad a 24 cuadros por segundo -como dijera Jean-Luc Godard, héroe personal de Tarantino- esta es una recatafila de planos memorables. Y el primer plano es la primera verdad: Death Proof es el auténtico Tarantino. Para bien y para mal.
Quienes se matan argumentando que Jackie Brown representa al autor detrás del bromista del reciclaje olvidan el universo de pastiches y simulacros a lo Baudrillard en que se sostiene toda -toda- su filmografía: los cigarrillos Red Apple, las hamburguesas Big Kahuna, los zippos. No existen un Tarantino paródico y uno auténtico. Siempre hubo solo uno, a veces desmedido y a veces controlado. Y el de Death Proof se salió de su cauce. El filme es una nada de meandros inertes, con lagunas navegables y diálogos tan chispeantes como soporíferos. Travellings sinuosos y paneos sinfín que imitan en disfuerzo y nulidad la cháchara adolescente de las chicas en pindinga que encuadran. Suena mal, pero está bien: el Tarantino menos reflexivo es el más cinematográfico, el que prescinde del lenguaje oral y se aboca a la pura representación plástica. Unos vulgares shots de tequila, una rockola añeja y un plato de nachos arman -cada uno dentro de su propia lógica narrativa- efímeros y hermosos planos, minúsculas verdades.
Quizás la única reflexión sea la ballardiana idea de la colisión como orgasmo, de la muerte al alimón como único consuelo ante la imposibilidad de alcanzar esa otra pequeña muerte, la sexual. Como el villano Kurt Russell no puede encamarlas, las mata: es la premisa de toda slasher movie que se precie. La referencia al Crash de Cronenberg no es gratuita: el malo (esa suerte de James Dean chuzeado y en decadencia) las penetra con el parachoques del carro. "Small dick!" exclama la pin-up de turno (Jungle Julia, Shanna o Arlene) ante el pata que se cree muy bacán porque hace bulla con su motor. Y qué carros; todos dignos de las grandes persecuciones que Death Proof parodia.
Pero aunque no sepas de carros (ni de mujeres) cada plano se explica por sí solo. Como decía Cabrera Infante sobre las películas de persecuciones: no es lo mismo un hombre con problemas dentro de un carro que un hombre dentro de un carro con problemas. No es el coche, es el chofer. Tampoco es el culo, sino la vagina dentada: ésa es la verdadera asesina de la historia. Kurt Russell es sólo una víctima.
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